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miércoles, 27 de febrero de 2013

Que el gobierno me haga el socialismo.




               Cuando el presidente Chávez basó su campaña presidencial en la idea de que "todo somos Chávez" no lo hizo como un acto discursivo puramente retórico, lo hizo como un llamado a que cada uno de nosotros asuma una actitud protagónica en la nueva etapa que se viene, porque ese protagonismo es fundamental para garantizar que lo ganado no se revierta.

               Por esa razón, cuando hoy en día se afirma en las calles "yo soy Chávez", "nosotros somos Chávez", no puede significar exclusivamente una consigna de identificación con la situación que vive el presidente, ni el mensaje a sus enemigos de que quien se mete con él se mete con nosotros. Tiene que significar una práctica que se asume cotidianamente, la irreverencia en discusión y la crítica, pero especialmente la radicalidad y el compromiso en el acto.


               Muchos están esperando que el gobierno le haga la revolución, que sea desde la institucionalidad estatal que se den todo los cambios necesarios, que decrete el socialismo por vía de una ley o nominalmente. Mientras el Estado hace "el socialismo" esperamos sentados y nos dedicamos a criticar las medidas tomadas, las acciones, la burocracia etc.
Pero resulta que la revolución, el socialismo, la nueva sociedad, se construye desde la base, desde la organización social que en las comunidades orienta los cambios. Es desde la práctica cotidiana que transforma localmente que conseguiremos construir lo nuevo.

                De igual modo, el poder obediencial, mandar obedeciendo, no debe ser un puro discurso electoral, la retórica sobre el poder popular, tiene que practicarse de forma real, tanto la creación de espacios donde se exprese el poder del pueblo como la toma de esos espacios, la participación verdadera. Por un lado, el gobierno tiene que escuchar las exigencias del pueblo, las órdenes que emiten las comunidades organizadas. Por otro, urge que las comunidades se organicen, y dicten esas órdenes, las emitan y exijan su cumplimiento. Ambas dimensiones deben darse para el ejercicio del poder popular y la constitución de la democracia obediencial.

               El Estado actual y sus instituciones, el gobierno en general tiene limitaciones que el pueblo no. Por las contradicciones internas de un Estado en transición, por los múltiples intereses encontrados entre sus miembros (muchos a los no les conviene un cambio radical), hay dificultad para construir una sociedad postcapitalista. Mientras que el pueblo en su dinámica debe romper con las fronteras del orden vigente, porque tiene la capacidad de imaginar una nueva sociedad y de emprender el tránsito hacia ella.

               Por esa razón, es el pueblo el ente dinámico que le debe dictar el rumbo al gobierno, el que debe ejercer el poder, cambiar todo lo que necesita ser cambiado y ordenar al gobierno que cumpla con sus mandatos. De nada nos sirve un socialismo que se decrete desde arriba, unas instituciones artificiales, o unas medidas ajenas a la realidad social, necesitamos construir nuestro socialismo, para ello hay que asumir la tarea y salir a hacerlo.

               Ni el socialismo cae del cielo, ni aparece de repente cuando el capitalismo se destruya solo, ni hay que quedarse sentado esperando que nos lo haga el gobierno. El capitalismo se combate y destruye, se crean las condiciones y agudizan las contradicciones. Cada uno antes de criticar a las instituciones (cosa que es necesaria) debe pensar qué está haciendo para construir la nueva sociedad, cuál es su papel y qué es lo que puede hacer. De nada sirve la crítica por la crítica, necesario es una práctica coherente con lo que se dice. 

Manuel Azuaje Reverón.


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