La dinámica de los días
posteriores a las elecciones estuvo marcada por el conflicto provocado por la
oposición, el desconocimiento de los resultados, la violencia, y el asesinato
de militantes del chavismo. Eso significó que en el inicio, el gobierno
constitucional de Maduro se mantuviera en una actitud de respuesta a la agenda
establecida por la derecha.
De ese modo, la agenda
nacional resultó implantada por la práctica y discurso de la oposición. Esta
situación fue denunciada por muchos sectores internos de la revolución, ya que
la oposición ocupó un espacio que no le pertenece, habiendo tenido que bailar
al ritmo de Chávez durante todo su gobierno. Lograr mantener esa dinámica que
establecía Chávez es estratégicamente fundamental.
Pepe Mujica nos advertía
recientemente que hay que dejar de prestar tanta atención a las polémicas
discursivas y concentrarse en trabajar con fuerza en la gestión. Esa clave
parece haber sido tomada en cuenta por el presidente Maduro, que luego de
combatir la inestabilidad política durante dos semanas, logra a través del
lanzamiento del gobierno de calle poner
en el centro nacional el tema de la eficiencia y la práctica de gobierno.
El gobierno de calle como
nueva forma revolucionaria de gestión arranca siendo invisibilizado por toda la
prensa y televisión privada, pero logra con el tiempo y el trabajo desgastar la
política comunicacional opositora. Empiezan Maduro y el ejecutivo a marcar la
pauta nacional, porque inciden directamente en la vida cotidiana al trasladar
el gabinete a lo local.
Finalmente, el
lanzamiento del plan patria segura termina de lograr que el gobierno
revolucionario retome su papel, empieza Maduro a establecer el ritmo de la
política nacional, lo cual significa que se pone en jaque a la oposición,
especialmente a un Capriles ignorado. Se alcanza cierta sensación colectiva de
estabilidad, que no significa la desaparición de todos los problemas, pero la
tensión acumulada luego de las elecciones se disipa. Basta ver el manejo del
tema del acaparamiento y la escasez.
La oposición desesperada
se juega una carta, sabiendo que a los venezolanos nos encantan dos cosas, las
teorías de conspiración y los dramas noveleros. Decide montar un show que
consiste en sacar un audio en el que supuestamente Mario Silva “destapa” la
corrupción interna en el alto gobierno. Hay que pensar y preguntarse por el
momento en el que esto se hace, además de la forma como se hizo.
La oposición busca
retomar esa posición desde la cual determina las matrices de opinión y los
temas que se discuten, además de mantener una situación de angustia en la
población, esto lo hace partiendo del conocimiento de “la psicología de las
masas”. Prepara un escándalo, un gran chisme que pone a las personas a girar en
torno a la especulación sobre el tema. Hay que ver cómo comunicacionalmente
pretendían capitalizar la jugada, así como los otros pasos en el plan macro de
desestabilización.
Lo fundamental es que
nosotros sepamos estratégicamente los modos de consolidar la hegemonía política
y comunicacional, tal como la tenía Chávez, lo cual pasaría por pensar la manera
en que se responde a la situación. Se trata de no retroceder y no permitir que
planes a largo plazo se lleven a cabo. Hay que impedir que el chisme tumbe la
gestión.
Si fue la gestión, el
trabajo del gobierno desplegado en la calle, lo que puso en jaque a la derecha,
toca seguir avanzando en ese sentido, consolidar el gobierno de calle y seguir
de cerca los logros en materia de seguridad. Esto pasa por dos dimensiones, una
macro de la política estatal y uno micro pero fundamental; la forma como cada
uno de nosotros asumimos a nivel práctico y discursivo los retos de la
construcción socialista.
Por lo pronto, no debemos
dejar que la derecha trabaje desde nuestros espacios, no debemos seguirle el
juego. Porque tenemos mucho trabajo por delante para permitir que el chisme
empañe los avances.
Manuel Azuaje
Reverón.