El poder no se tiene, ni está localizado en una institución, el poder se
activa. Para lograr esa activación es necesario que se sumen los
fragmentos que cada uno posee pasivamente de ese poder, sea colectiva
(en las pequeñas organizaciones) o individualmente. Esos fragmentos
deben ser ensamblados a través de la articulación de todas las luchas,
para constituir una subjetividad política hegemónica. Esta unidad de las
luchas sólo es posible a partir de la solidaridad como principio
práctico orientador.
Hoy en día, quienes quieren destruir el poder que ha sido activado
gracias a la movilización histórica de los oprimidos y la construcción
hegemónica de una agenda común, que han hecho posible las
transformaciones logradas, inducen y alimentan una profunda crisis
material, complementada por una descomposición ética. En esta
circunstancia, donde los principios son dejados de lado para dar paso a
una especie de nuevo darwinismo social, el tejido social se destruye
aniquilando los lazos que lo constituyen.