Se
observa frecuentemente en los medios de comunicación dominantes, televisivos e
impresos, así como en las redes sociales, las fuertes críticas a la cultura
islámica por su trato a las mujeres y el papel que se les asigna dentro de
algunos países árabes. Se financian grupos por parte de algunos Estados
europeos, se promueven movimientos y acciones de protesta. La campaña pasa por
la invisibilización de todo el fenómeno cultural, desde la cual no se invita a
estudiar a profundidad los procesos históricos, formando parte de lo que Edward
Said denominó “Orientalismo”. Más no se trata de negar la existencia de un tema
ético, ya que no hay estructura cultural que justifique la violencia contra la
vida.
Basta desenmascarar la intensión
directa de criminalizar al otro a través de la construcción y promoción
continuada de una imagen negativa, por medio de la cual se justifica una batalla
civilizadora contra las sociedades diferentes, que siendo ajenas tienen formas
culturales milenarias a las que habría que comprender en toda su dimensión. Son
los mismos recursos con los que hace mil años se justificaba la campaña santa
de las cruzadas evangelizadoras, que ahora llevan las banderas de la
“democracia” y el “desarrollo”.
Se trata acá de una crítica a la
hipocresía occidental que no asume los datos sobre las víctimas de su propia
estructura de dominación machista, sólidamente consolidada en las naciones
europeas y que en España padecen anualmente millones de mujeres, donde para lo
que va de año han sido asesinadas 49 mujeres producto de lo que ha sido
caracterizado como el cotidiano “feminicidio”.
Algunos datos muestran que en Francia para el año 2010 cada tres días una mujer
era asesinada por su pareja, el sexo no consentido en el matrimonio no estaba
penado en Dinamarca y en Suecia sólo el 12% de las violaciones denunciadas
llegaban a juicio[i].
Por ello es necesario visibilizar la
forma como se presenta el machismo en la cultura occidental, asociado
directamente a la manera en se dan las relaciones cotidianas a lo interno de
las sociedades. A esto se suma el esquema de consumo que implanta una mentalidad
donde se posiciona a la mujer como objeto a ser poseído tal cual una mercancía,
que sirve para vender y comprarse.
Resulta esencial una revisión
completa de los mecanismos a través de los cuales se construyen, desarrollan e
imponen formas sociales de conducta que reproducen lo necesario para el
mantenimiento cotidiano de la opresión sobre la mujer. El aparato mediático,
que pasa por el constante bombardeo publicitario hasta la reproducción a veces
encubierta, pero comúnmente explícita en el cine, desde la cual se reproduce
una mentalidad, para finalmente buscar hacerla pasar por natural, con el
objetivo de impedir la concientización por medio de la cual cada miembro de la
sociedad puede darse cuenta de la repetición de actitudes opresivas.
Pero
la antítesis vida-muerte no se restringe exclusivamente al asesinato o la
violación. La vida en tanto que derecho universal y principio ético-político
consiste en la posibilidad de acceder a las condiciones materiales y
espirituales necesarias, junto a la de tener las mismas condiciones en los
espacios de participación y discusión política. La vida se desarrolla y aumenta
cualitativamente, cuando esto se impide, negándose las condiciones para el
pleno perfeccionamiento de las capacidades, se somete a los otros a un estado
de muerte y dominación. Basta ver cómo padecen la pobreza y la exclusión las
mujeres del mundo.
En
este sentido ese impedimento para el desarrollo pleno de la vida existe y se
sostiene por todos esos elementos arriba mencionados, que forman parte de lo
que se autodenomina “cultura”, constituyendo instrumentos por medio de los
cuales se somete a las mujeres a un constante ambiente de hostilidad y agresión
directa. Sobre éstos occidente se niega a reflexionar a profundidad, para no visibilizar
y transformar sus propias relaciones estructurales de muerte y control social
permanente.
Manuel Azuaje Reverón.
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