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sábado, 30 de junio de 2012

El machismo y la hipocresía occidental.



Se observa frecuentemente en los medios de comunicación dominantes, televisivos e impresos, así como en las redes sociales, las fuertes críticas a la cultura islámica por su trato a las mujeres y el papel que se les asigna dentro de algunos países árabes. Se financian grupos por parte de algunos Estados europeos, se promueven movimientos y acciones de protesta. La campaña pasa por la invisibilización de todo el fenómeno cultural, desde la cual no se invita a estudiar a profundidad los procesos históricos, formando parte de lo que Edward Said denominó “Orientalismo”. Más no se trata de negar la existencia de un tema ético, ya que no hay estructura cultural que justifique la violencia contra la vida.
            Basta desenmascarar la intensión directa de criminalizar al otro a través de la construcción y promoción continuada de una imagen negativa, por medio de la cual se justifica una batalla civilizadora contra las sociedades diferentes, que siendo ajenas tienen formas culturales milenarias a las que habría que comprender en toda su dimensión. Son los mismos recursos con los que hace mil años se justificaba la campaña santa de las cruzadas evangelizadoras, que ahora llevan las banderas de la “democracia” y el “desarrollo”.
            Se trata acá de una crítica a la hipocresía occidental que no asume los datos sobre las víctimas de su propia estructura de dominación machista, sólidamente consolidada en las naciones europeas y que en España padecen anualmente millones de mujeres, donde para lo que va de año han sido asesinadas 49 mujeres producto de lo que ha sido caracterizado como el cotidiano “feminicidio”. Algunos datos muestran que en Francia para el año 2010 cada tres días una mujer era asesinada por su pareja, el sexo no consentido en el matrimonio no estaba penado en Dinamarca y en Suecia sólo el 12% de las violaciones denunciadas llegaban a juicio[i].
            Por ello es necesario visibilizar la forma como se presenta el machismo en la cultura occidental, asociado directamente a la manera en se dan las relaciones cotidianas a lo interno de las sociedades. A esto se suma el esquema de consumo que implanta una mentalidad donde se posiciona a la mujer como objeto a ser poseído tal cual una mercancía, que sirve para vender y comprarse. 
            Resulta esencial una revisión completa de los mecanismos a través de los cuales se construyen, desarrollan e imponen formas sociales de conducta que reproducen lo necesario para el mantenimiento cotidiano de la opresión sobre la mujer. El aparato mediático, que pasa por el constante bombardeo publicitario hasta la reproducción a veces encubierta, pero comúnmente explícita en el cine, desde la cual se reproduce una mentalidad, para finalmente buscar hacerla pasar por natural, con el objetivo de impedir la concientización por medio de la cual cada miembro de la sociedad puede darse cuenta de la repetición de actitudes opresivas.
Pero la antítesis vida-muerte no se restringe exclusivamente al asesinato o la violación. La vida en tanto que derecho universal y principio ético-político consiste en la posibilidad de acceder a las condiciones materiales y espirituales necesarias, junto a la de tener las mismas condiciones en los espacios de participación y discusión política. La vida se desarrolla y aumenta cualitativamente, cuando esto se impide, negándose las condiciones para el pleno perfeccionamiento de las capacidades, se somete a los otros a un estado de muerte y dominación. Basta ver cómo padecen la pobreza y la exclusión las mujeres del mundo.
En este sentido ese impedimento para el desarrollo pleno de la vida existe y se sostiene por todos esos elementos arriba mencionados, que forman parte de lo que se autodenomina “cultura”, constituyendo instrumentos por medio de los cuales se somete a las mujeres a un constante ambiente de hostilidad y agresión directa. Sobre éstos occidente se niega a reflexionar a profundidad, para no visibilizar y transformar sus propias relaciones estructurales de muerte y control social permanente.
Manuel Azuaje Reverón.

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