La ideología tiene el objetivo de
mantener el poder de la clase dominante sobre el resto de la sociedad.
Para ello debe hacer pasar los intereses particulares de esa minoría
como si se tratara de los intereses de toda la sociedad. Las ideas,
conceptos y visión de mundo de los dominadores se deben vender como si
pertenecieran a todos, como si correspondieran a una situación
natural/universal y no particular.
En Venezuela la operación ideológica más
exitosa ha sido la destrucción de la autoestima de los miembros de esta
sociedad, inicialmente a través de un discurso que toma ciertas
conductas negativas y las hace pasar como si corresponden a todos y
luego logrando que cada uno se convierta en una caja de resonancia de
ese mensaje “el venezolano es…”. Resulta difícil encontrar a una persona de
otro país que con tanto desprecio se refiriera a sus compatriotas y al
final a sí mismo. Por supuesto, la visión del venezolano inútil y
corrupto ha sido reforzada por los aparatos ideológicos; televisión,
cine, literatura, música, entre otros.
Un procedimiento fundamental para la
ideología hasta ahora, ha consistido en universalizar experiencias
negativas, juzgando a través de unas cuantas a todas las que pudieran
ser similares. Si un proyecto o un proceso no funcionaron en un caso
significa que es imposible que funcionen en general, porque “el
venezolano es…”. De ese modo se naturalizan comportamientos, se
generalizan asumiendo que se trata de una actitud natural que responde a
una conducta a la que estamos condenados. Nunca se procede del mismo
modo con los casos en los que sí han funcionado las cosas, donde las
experiencias han sido positivas, o donde el comportamiento es contrario a
esa descripción negativa.
Llama la atención que a pesar del
esfuerzo con el que nos encargamos de afirmar y reiterar con frecuencia
que el venezolano es flojo y tramposo por ejemplo, casi nadie es capaz
de asumirse de esa manera. “Sí, el venezolano tiene esas
características, pero yo no”. Basta preguntar a quien venga exponiendo
esas ideas si se considera a sí mismo de esa forma, para encontrar una
respuesta negativa. “Sí, el venezolano es corrupto, pero no yo, ni
usted, es ese venezolano, aquel”. Al final, indudablemente termina
afectando e incluso determinando el modo como nos vemos en tanto
sociedad.
Todo esto no quiere decir que no existan
personas egoístas, flojas, corruptas o tramposas en Venezuela. Pero
decir que se trata de nuestra forma de ser y que todos somos así, porque
ciertas personas (muchas o pocas) se comportan de tal manera, es caer
en un procedimiento falaz e ideológico. El comportamiento de los
miembros de una sociedad debe comprenderse siempre a partir del
desarrollo histórico de las relaciones que se producen en su interior,
no existen determinismos esencialistas, formas de ser naturales y
universales para todos los que les toca vivir en ella.
El venezolano no es, está siendo. No se
trata de enredar la cosa con filosofadurías, difícilmente se puede
englobar a más de 30 millones de personas bajo una características o
algunas pocas enumerables, tampoco somos una esencia fija, que se
manifiesta en un todo “la venezolanidad” y al mismo tiempo en cada
venezolano. Estamos siendo porque somos el producto de una formación
histórica y social determinada, compleja, que tiene elementos fijos y
componentes cambiantes. A partir de los modos como hemos creado,
reproducido y mantenido la vida, venimos siendo.
En ese sentido, es fundamental reconocer
que durante casi cien años hemos tenido, sostenido y extendido un modo
de producción de la vida basado en la renta que produce la venta del
petróleo en el mercado internacional. Es decir, el modelo económico
rentista ha generado unas determinadas relaciones sociales de producción
de la vida, que se expresan en cada una de sus dimensiones. Este modelo
no es sólo económico, tiene su correlato en todas nuestras acciones, va
creando una mentalidad. Si alguna vez fuimos hombres y mujeres de maíz,
hoy somos hombres y mujeres de petróleo[1]. Por supuesto, esas
relaciones y la mentalidad que conlleva también tienen un carácter
histórico, se pueden transformar, el reto consiste en llevar a cabo esa
transformación.
Si acaso el venezolano es, no es más que
un instante en lo que viene siendo, ese espacio que conecta lo que
fuimos con lo que seremos. Estamos cambiando permanentemente, poco o
mucho, lento o rápido, pero cambiando, no hay nada a lo que estemos
condenados a ser, ni nada que irremediablemente no podamos transformar.
Quien no sea capaz de liberarse de las ideas dominantes que durante años
nos han impuesto, que no intente luchar.
Notas
* Reconocemos la importancia de un
lenguaje de género, inclusivo, donde no se universaliza el género
masculino. Pero en esta ocasión para mantener la claridad de lo que
deseamos indicar nos mantendremos bajo un esquema tradicional. Cuando
nos referimos a “el venezolano” también hacemos referencia a las
venezolanas.
[1] Expresión tomada del trabajo de Emiliano Terán Montovani “El fantasma de la gran Venezuela”