Vistas de página en total

lunes, 26 de septiembre de 2016

El venezolano no es, el venezolano está siendo

Bandera de Venezuela

Con demasiada frecuencia aún decimos, o escuchamos decir, que el venezolano es flojo, vivo, corrupto, tramposo y egoísta, que quiere todo fácil. Pocas veces nos damos cuenta de que al hacerlo, hablamos de nosotros mismos y nunca nos preguntamos por qué es así, mucho menos si realmente las cosas son de esa manera. Hemos asumido que esos comportamientos negativos están insertos genéticamente en los habitantes de este país, que se trata de una naturaleza. Cada vez que lo hacemos reproducimos un mensaje ideológico, nos convertimos en agentes contra nuestra posibilidad de cambiar.

La ideología tiene el objetivo de mantener el poder de la clase dominante sobre el resto de la sociedad. Para ello debe hacer pasar los intereses particulares de esa minoría como si se tratara de los intereses de toda la sociedad. Las ideas, conceptos y visión de mundo de los dominadores se deben vender como si pertenecieran a todos, como si correspondieran a una situación natural/universal y no particular.


En Venezuela la operación ideológica más exitosa ha sido la destrucción de la autoestima de los miembros de esta sociedad, inicialmente a través de un discurso que toma ciertas conductas negativas y las hace pasar como si corresponden a todos y luego logrando que cada uno se convierta en una caja de resonancia de ese mensaje “el venezolano es…”. Resulta difícil encontrar a una persona de otro país que con tanto desprecio se refiriera a sus compatriotas y al final a sí mismo. Por supuesto, la visión del venezolano inútil y corrupto ha sido reforzada por los aparatos ideológicos; televisión, cine, literatura, música, entre otros.


Un procedimiento fundamental para la ideología hasta ahora, ha consistido en universalizar experiencias negativas, juzgando a través de unas cuantas a todas las que pudieran ser similares. Si un proyecto o un proceso no funcionaron en un caso significa que es imposible que funcionen en general, porque “el venezolano es…”. De ese modo se naturalizan comportamientos, se generalizan asumiendo que se trata de una actitud natural que responde a una conducta a la que estamos condenados. Nunca se procede del mismo modo con los casos en los que sí han funcionado las cosas, donde las experiencias han sido positivas, o donde el comportamiento es contrario a esa descripción negativa.


Llama la atención que a pesar del esfuerzo con el que nos encargamos de afirmar y reiterar con frecuencia que el venezolano es flojo y tramposo por ejemplo, casi nadie es capaz de asumirse de esa manera. “Sí, el venezolano tiene esas características, pero yo no”. Basta preguntar a quien venga exponiendo esas ideas si se considera a sí mismo de esa forma, para encontrar una respuesta negativa. “Sí, el venezolano es corrupto, pero no yo, ni usted, es ese venezolano, aquel”. Al final, indudablemente termina afectando e incluso determinando el modo como nos vemos en tanto sociedad.


Todo esto no quiere decir que no existan personas egoístas, flojas, corruptas o tramposas en Venezuela. Pero decir que se trata de nuestra forma de ser y que todos somos así, porque ciertas personas (muchas o pocas) se comportan de tal manera,  es caer en un procedimiento falaz e ideológico. El comportamiento de los miembros de una sociedad debe comprenderse siempre a partir del desarrollo histórico de las relaciones que se producen en su interior, no existen determinismos esencialistas, formas de ser naturales y universales para todos los que les toca vivir en ella.


El venezolano no es, está siendo. No se trata de enredar la cosa con filosofadurías, difícilmente se puede englobar a más de 30 millones de personas bajo una características o algunas pocas enumerables, tampoco somos una esencia fija, que se manifiesta en un todo “la venezolanidad” y al mismo tiempo en cada venezolano. Estamos siendo porque somos el producto de una formación histórica y social determinada, compleja, que tiene elementos fijos y componentes cambiantes. A partir de los modos como hemos creado, reproducido y mantenido la vida, venimos siendo.


En ese sentido, es fundamental reconocer que durante casi cien años hemos tenido, sostenido y extendido un modo de producción de la vida basado en la renta que produce la venta del petróleo en el mercado internacional. Es decir, el modelo económico rentista ha generado unas determinadas relaciones sociales de producción de la vida, que se expresan en cada una de sus dimensiones. Este modelo no es sólo económico, tiene su correlato en todas nuestras acciones, va creando una mentalidad. Si alguna vez fuimos hombres y mujeres de maíz, hoy somos hombres y mujeres de petróleo[1]. Por supuesto, esas relaciones y la mentalidad que conlleva también tienen un carácter histórico, se pueden transformar, el reto consiste en llevar a cabo esa transformación.


Si acaso el venezolano es, no es más que un instante en lo que viene siendo, ese espacio que conecta lo que fuimos con lo que seremos. Estamos cambiando permanentemente, poco o mucho, lento o rápido, pero cambiando, no hay nada a lo que estemos condenados a ser, ni nada que irremediablemente no podamos transformar. Quien no sea capaz de liberarse de las ideas dominantes que durante años nos han impuesto, que no intente luchar.


Notas

* Reconocemos la importancia de un lenguaje de género, inclusivo, donde no se universaliza el género masculino. Pero en esta ocasión para mantener la claridad de lo que deseamos indicar nos mantendremos bajo un esquema tradicional. Cuando nos referimos a “el venezolano” también hacemos referencia a las venezolanas.

[1] Expresión tomada del trabajo de Emiliano Terán Montovani “El fantasma de la gran Venezuela”

No hay comentarios:

Publicar un comentario